La memoria del mar
(1998-2013)
“Quizá la razón más profunda en la que se asienta lo sobrecogedor del mar, es la de que no tiene memoria (…) pero cualquier accidente que conmueve o levanta al mar, una vez sucedido no deja rastro, la superficie vuelve a aquietarse y es el mismo mar de siempre: carece de memoria y esa carencia de memoria es, en sí misma, sobrecogedora. Y en un plano más cercano, es la falta de firmeza de lo líquido y el miedo a lo que subyace en la profundidad abisal, lo que completa esa sensación de inseguridad”.
José María Guelbenzu
Estas notas sobre el mar, de José María Guelbenzu, publicadas en El País (agosto del 2004) y la toma de contacto con el libro del Maestro Eckhart El fruto de la nada me han sugerido la realización de una serie de pinturas, de dibujos y de un corto de animación. Pero han sido, sobre todo, ciertas circunstancias adversas, que me han afectado muy profundamente, las que han dado pie a esta exposición monográfica que he titulado La memoria del mar, en el que he estado trabajando desde 1998 en mi estudio de Cadaqués y últimamente en el de Barcelona.
Para La memoria del mar he trabajado sobre diversos soportes. Unos absorbentes y mates, como el cartón, el papel artesano o la tela de algodón o de lino, y otros transparentes y brillantes, a semejanza de la superficie marina, como el acetato de celulosa o el metacrilato; recubiertos con una pintura a base de cemento que simula la textura de la arena o de la roca. Dicha materia forma abruptas alteraciones sobre la superficie del soporte que tienen que ver con los oleajes, los vientos, las tempestades, los torbellinos o los remolinos del mar. En estos accidentes se encuentran sumergidos pequeños barcos y figuras humanas u otros seres vivos que son llevados por la corriente, se zambullen, naufragan o subyacen en las profundidades. La desproporción entre fondo y figuras enfatiza la fragilidad de estas últimas, la intención no está en describirlas, sino en dotarlas de un carácter simbólico y emotivo. El mar como metáfora, las figuras como signos. Sombras claras proyectadas a través del vacío y visión luminosa de las tinieblas; el lado claro, el lado oscuro. Tormentas de luz, de color, de contra procedimientos; materiales incompatibles que se agrietan y chocan, en un simulacro de oleajes contra la roca y de arenas convertidas en vientos o lluvias. Los elementos pictóricos se utilizan en forma de alegoría. La tormenta visual es un espejo de las tempestades del alma.
Las obras mantienen un orden narrativo similar al de una secuencia cinematográfica y un movimiento inspirado en el propio mar que conecta con la animación de un corto titulado: La memoria del mar; viaje al fondo del océano. El film de animación cuyo objetivo es dar vida a las pinturas y dibujos carece de argumento. Su hilo conductor está basado en los movimientos del mar. Al poner el acento en los tempos y en los ritmos, con todo su poder de seducción; al desconectarlos de cualquier otra intención se potencia la expresividad de las imágenes en movimiento y su valor musical que es la esencia de la animación en su aspecto más genuino.
Mares de zozobra, formados por un conjunto de partículas fugaces a la vez homogéneas y diversas. Un mar que, al ser unidad fuertemente cohesionada, llega incluso a adquirir la cualidad de lo estático en su permanencia indestructible, en su impasible totalidad. Que es, al mismo tiempo, superficie viva, dinámica, cambiante e imprevisible. El mar, símbolo de la vida y de la muerte, a la vez fascinante y aterrador, sobre cuya inestabilidad nada se graba, pues como dice José María Guelbenzu, carece de memoria. Una superficie aparentemente inalterable que no deja huellas ni rastros, pero que a todo aquello que arrastra o acoge en su seno, lo hace desaparecer, hasta desintegrarlo en sus profundidades insondables.
Quiero volver a citar aquí al Maestro Eckhart, cuyas ideas del vacío, de la nada, del desasimiento, del abandono, del silencio y de la quietud, han estado presentes en la elaboración de esta exposición y me han inspirado algunos de los títulos.
Anna Miquel
Cadaqués, septiembre, 2008.